Unas imágenes se suceden en la cabeza del Malkavian, por primera vez en mucho, recuerda algo, si eso era bueno o malo ya tendrá que juzgarlo otro. Un puente, una figura. Tinieblas, oscuridad, espesura, una tormenta se cierne.
El dolor consume por dentro al muchacho, que avanza tambaleante por un puente, mil mentiras mil veces relatadas, traición e ira. El grito rasga la noche, y la muerte acecha al muchacho. Exige saber la verdad, conocer el sentido de todo esto, exige la muerte, pagar el precio. Pero sus gritos sólo son silenciados por su dolor, que dentro de él grita aún más, agónicamente cae al suelo, desearía poder llorar, poder llorar como un niño que huye de un castigo, pero ya no le quedan lágrimas. Sus ojos le escuecen, su corazón lucha por salir de su cuerpo.
Y ardiendo, febril, vocifera en la inmensidad de la ciudad. El puente es su liberación, el salto, su manera de volar al Edén. Su decepción será su redención. Con más gritos y en busca de respuesta golpea los barrotes que sustentan su mente. Pero no ceden por más que lo desea. Cada demonio interior que expulsa susurrando verdades cuando mira hacia abajo le incita a que salte, a que vuele hasta el Edén. La idea golpea de nuevo los barrotes, se lleva los brazos a la cabeza y cierra los ojos.
Lo mismo de siempre, infinita negrura, y unos ojos que atormentan a su cordura. Una mirada que corta como el acero, miles de voces aullantes inundan su templo. Y al exhalar el último aliento, tomar aire y gritar de nuevo encuentra la respuesta. Sencilla como la muerte que a todos acoje, ella le saluda. Con inmensa ternura su mano le agarra, toma su cuello y de una caricia lo desgarra, la vida se derrama y la oscuridad le reclama, por fin paz, por fin calma.
Pero de nuevo SU voz le llama, y de entre los muertos levanta. Resurge melancólico, sin encontrar la calma, la vida como veneno por su cuello se derrama, y aunque pudiera escupir, el veneno le relaja. Más, más veneno, baja por su cuerpo, libera su tormento. Y en ese mismo momento, otro golpe más a los barrotes y cual fortaleza ante un ariete caen sin remedio. Ella le deja, le abandona de nuevo. Pero ahora en toda la ciudad, mientras se arrastra en busca de sustento, oye su voz, los ecos de su tormento. Poco tardará en averiguar que cual río deberá vagar, fluir hacia un destino incierto y eterno, para siempre buscando la misma sonrisa que con mil mentiras perdió, que como un puñal su corazón resquebrajó.